La Esmeralda de Flora Pate

Amanece. Poco a poco ante el anuncio del nuevo día, primero unos, después otros, los gallos en los corrales comenzaron a cantar su interminable quiquiriquí, poco después, como un acompañamiento de percusión obligado, le siguió el estruendo ensordecedor que los burros hacían con sus rebuznos reclamando pienso en los vacíos pesebres.

Una hora y otra después fueron sonando las puertas al abrirse rechinando cerrojos y aldabillas seguido del peculiar ruido que produce el sacar las recias «trancas» de seguridad de tinados y corralones, pronto el pueblo se vio invadido por una actividad y un ajetreo más que mañanero.

También madrugaban en la calle Mártires, varias mujeres y algunas mozas se disponían a partir hacia la sierra para lavar ropa propia o ajena en muchas ocasiones. En primavera era muy frecuente que gente del pueblo se desplazara hasta el manantial del «caño» para transportar agua o lavar ropa sobre todo cuando era necesario el lavar mudas de cama.

El manantial estaba dotado de dos largas filas de piedras de granito que inclinadas al agua resultaba el lugar idóneo para lavar piezas grandes; este día iba con ellas una mocita como de unos dieciocho o diecinueve años llamada Flora que después de casarse adoptaría el mote de «Pate» de su marido por lo que se la conoció con el nombre de Flora Pate.

Flora no era guapa ni hermosa pero todos admiraban sus ojos negros y sus facciones regulares; era apasionada, anárquica, díscola pero de una maravillosa y rápida intuición (Florentina Franco Martín se llamaba, abuela de mi madre, me toca ser su bisnieto, ella tuvo el honor y la satisfacción de ser la pionera en tener una guardería infantil en Orellana), inteligente, con una paciencia asombrosa y gran amor por los animales logró domesticar una urraca que la trajo su padre del campo logrando una gran compenetración entre el pájaro y ella, la puso por nombre Pina.

Llevaban dos borriquillos provistos con aguaderas de esparto llenas a rebosar de ropa sucia, un par de mujeres portaban en la cabeza haciendo equilibrio sendos cestos de mimbre con talegas y fiambreras repletas de comida con lo que tenían asegurado el reponer fuerzas después del laborioso y agotador trabajo que las esperaba, Flora llevaba colgada del brazo una cesta de dos tapaderas y a su inseparable urraca que revoloteando del hombro al sombrero de su dueña no paraba con su garraspeo de dar los buenos días a todo el que se encontraban.

Marchaban andando detrás de los borricos por los lindones entre paredes de cercados que rodeaban el pueblo y daban ya vista al campo abierto lleno de pedregales y fragantes tomillos, el lucero del alba siempre a su derecha comenzaba a perder su brillo con la fuerza de la incipiente salida del astro rey.

Una hora después llegadas al «caño» comenzó la tarea de enjabonar, solear y secar la ropa, después de estos afanes la abundante y sustanciosa comida invitaba a las comensales a dirigirse a los brazos del dios Morfeo.

Flora se alejó un poco de sus vecinas en dirección a los peñascos más cercanos, un suave viento hacía columpiar a cientos de mariposas multicolores y los pajarillos en desafió se deshacían en armoniosas melodías. Francamente se sintió muy agusto, trotó un poco por las rocas y como el sol ya estaba muy alto en el ciclo eligió un lugar seco y recogido bajo un olivo y se dispuso a echar una siesta que la resarciera del madrugón, Pina la urraca muy amantujada se posó en una rama del mismo olivo.

Instantes antes de dormirse, en los que la mente se ofusca para dar paso al letargo, Flora comenzó a trasoñar, se encontraba delante de una pequeña abertura casi cubierta por matorrales y por allí se introdujo, unas fosforescencias amarillas la hicieron observar que se hallaba en una estancia excavada en la roca viva de forma cúbica que antaño serviría de refugio o catatumba, bajó por un especie de corredor de apenas un par de metros de altura y al cabo de unos pasos desembocó en una caverna que ella consideró de muy anchas proporciones, el ambiente era húmedo pero no hacía ni frio ni calor, las fosforescencias parecían brillar más aún con los reflejos dorados del oro. Oro por todas partes, columnas adornadas con guirnaldas de flores, joyas, utensilios, lagartos de oro, pájaros, ranas, escarabajos, pectorales, cadenas de oro y en el centro de la cueva la sagrada mesa del rey Salomón hijo del rey David.

Cuatro patas de oro macizo imitando garras de león sostenían el tablero en el cual incrustadas veinticinco mil esmeraldas representando allí todas las gamas del color verde configuraban el más bello suntuoso y magnífico mosaico jamás visto, las esmeraldas más opacas formaban en las esquinas palmetas y ruiseñores, las transparentes y cristalinas daban diseño a una maravillosa estrella de seis puntas signo indiscutible del rey David.

Bonita, bonita, repetía la urraca con su estropajosa manera de imitar la voz humana, Flora acercó su pequeña mano y acarició la verde superficie de la mesa, en aquel preciso momento sintió que la llamaban y despertó de tan fantástico sueño, al intento de levantarse de donde había estado dormida, Pina la urraca dio un pequeño saltito posándose en su regazo, en el pico llevaba una pequeña y preciosa piedrecita ovalada con un color verde intenso de primavera; cuando se reunió con las demás y contó su soñada aventura enseñando la piedra en su mano, por supuesto que nadie la creyó.

Tiempo después, Juan Gallardo «Pate», su marido, mandó engarzar la piedra en un aro de plata que flora llevó siempre. El anillo y la piedra todavía existen aunque en su pulida superficie se aprecian algunas finas rayas producidas quizás por el tiempo o el uso continuado.

Esta historia es ficticia, fruto quizás de mi delirio y exaltada imaginación hacia los tesoros. Cierto y verdad que la urraca encontró la piedra y se la llevó a su dueña. Fantástico y misterioso el situar la mesa de Salomón en estos lugares. Estas reflexiones necesitan la siguiente aclaración. La cuenca del Guadiana a su paso por la provincia de Badajoz, ha facilitado gran cantidad de materiales que notifican sobre el desamllo de una cultura que si bien es parecida al conjunto del suroeste de la península tiene peculiaridades bien diferenciadas en muchos de los distintos puntos en los que esta civilización se manifiesta, una cultura doméstica se desarrolla en aquellos momentos que asocia a pequeños grupos cada vez más numerosos. La cuestión religiosa centra ahora su enigma en la idea de la muerte con propósito de recibir los actos de culto al mismo tiempo que cumplimentar con la formalidad obligada del círculo funerario.

En este sentido sí puede entenderse la finalidad de los ídolos-placa aparecidos en el santuario ibérico de la sierra de Orellana, distante en el tiempo de una humana diosa madre, diosa de la fecundidad que dirigió el culto en el neolítico, estas pequeñas placas rectangulares parecen ocultar que son representaciones de una divinidad.

Entre los ídolos encontrados en este santuario predomina el tipo de ídolo del calcolítico llamados ídolos-placas y se caracterizan por llevar gravados unos grandes ojos con el iris muy marcado acompañado por algunos detalles en forma de finas líneas, son posiblemente copias de ídolos característicos de otras áreas asociados muchas veces a ritos funerarios.

El especial cuidado que se ha prestado a los ojos pone en conexión estos votos con la divinidad mediterránea que todo lo ve, los ojos de lechuza que entronca ésta a la vez con la diosa madre del neolítico que aquí tendría sentido como diosa protectora de los muertos, el individuo debe implorar a su dios y por eso realiza sus ojos con el mayor cuidado, precisamente los más esquemáticos de estas figuras son los más valiosos porque son prueba de la ofrenda personal del devoto a su dios.

En cualquier caso, hay un hecho cierto, imposible de ocultar: este lugar fue tomado y vigilado por gente que de un modo u otro sabían que allí se producían en determinadas circunstancias hechos insólitos y prodigiosos. Varios siglos después es un geógrafo árabe el que nos aclara la incógnita.

Con permiso copio unas renglones del libro de D. Juan Antonio Pacheco Paniagua, Extremadura en los geógrafos árabes (AL RAZI, M.C.995): «Un rey de Espanya que avia nombre conven et cántaro et la mesa de esmeralda que fue del rey Salomon fijo del rey David. Et la cibdat de Merida yaze sobre el Guiadiana». Esto significa que la mesa estuvo en Mérida antes del siglo octavo, hay pues una entre un millón de probabilidades de que la mesa de Salomón estuviera por aquí y esa casualidad pudo ser cierta.

Y ahora me despido hasta el año que viene.

Desde aquí veo las cosechas espigadas que se mecen con suaves vaivenes formando un verde oleaje, al herirlos con mis pasos los tomillos llenan con su peculiar fragancia el ambiente, multitud de flores silvestres crecen en la tierra escasa de los peñascales donde estoy sentado, un ruiseñor lanza un último trino de alegría escondido entre las ramas de algún arbusto, después de sacudir su plumaje y cerrar sus negros ojillos el pájaro gis calla, frente a mí, allá en la lejanía, envuelto, en el infierno de sus llamas, el rojo disco del sol se hunde en el horizonte lentamente.

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