LEYENDA DE LA «BARRERA L’ESPEJO»

Los honrados vecinos de Orellana se recogían en aquellos tiempos con el sol. Rezaban sus oraciones cenaban, en santa paz, y se tendían en jergas de paja de centeno o en colchones de lana, según las comodidades de que podían disfrutar cada cual, y dormían hasta antes del alba. En invierno solían velar, las viejas de cada barrio, en el zaguán o cocina más espaciosa de la vecindad, y alli al compás de las cabalgaduras que dormitaban, al rumor de alguna cabra u oveja rumiadora y al amor de la lumbre hecha con leña de jara y maimones, se hilaba lana y lino, a la luz mortecina y oscilante de los candiles, se contaban horribles historias de brujas y aparecidos, así como de fabulosos tesoros escondidos por los árabes en las cercanías de la sierra de Orellana y del monte Repica.

La hora de acostarse llegaba; por cuya razón las veladas y las historias se suspendían y hasta los más trasnochadores se retiraban a casa donde no volvían a salir ni a tres tirones.

La historia que sigue es verídica ya que todavía existen en Orellana varias familias que se disputan ser descendientes del protagonista.

En tiempo de «güebra», modo que tienen los labradores para arar los olivares, un buen señor salió camino de la sierra, un par de horas antes de la salida del sol, con miras de terminar para medio día, el arado del olivar. Apenas despuntaba el alba cuando empezó a labrar. Al cabo de un rato el arado tropezó con un objeto duro. Creyendo que era una piedra cogió azadón y cabó alrededor, sacando una vasija de barro cocido. El buen señor, influenciado por las muchas leyendas de tesoros escondidos, creyó encontrar un  cacharro con monedas de oro o plata. Quitó la tierra blanco-rojiza que cubría la boca de la vasija y hundió su mano en el interior deslizándola por entre el medio de una materia fina y escurridiza como la arena con la cual la confundió.

Decepcionado, unos dicen que rompió el puchero y otros que vertió el contenido en el suelo para ver si entre la arena había algo escondido. El caso es que llevado por el estado de ánimo que deja una frustración y con el pensamiento puesto en el tesoro perdido, se entretuvo en regar, o mejor dicho en sembrar, con dicha materia arenosa todo el olivar. La hora posiblemente sería la Helíaca, hora en que la naturaleza parece muerta. ni el menor ruido se oía, ni el viento tan siquiera, solo un sonido levemente metálico al chocar la arena con las duras piedras del olivar

Una vez terminado, el labrador sigue con su tarea de arado. Tiempo después la naturaleza empieza despertar presintiendo la salida del sol. Los pájaros cantan, una suave brisa solana se mueve y hace sonar muy levemente las hojas puntiagudas de los olivos. Al mismo tiempo, abejas y abejorros comienzan a zumbar en el entorno, buscan
temprana primavera extremeña. Sale el sol y comienza a mandar su potente luz por entre riscos y troncos de olivo y, joh, maravilla!, el olivar comienza a brillar con una luz amarillo- naranja. El más hermoso arco iris quedaría empañado al lado del grandioso espectáculo que ofrecía aquel trozo de tierra regado con un finisimo polvo de oro molido. Te imaginas el estupor del labrador cuando vio aquello?. Pero ya era tarde y muy dificil de recoger el oro que había tirado.

Al subir el sol en su altura, el olivar se veía brillar desde el pueblo y desde entonces se conoce como la «Barrera l’espejo»

Víctor Sanz

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