RECUERDOS DE MI NIÑEZ, «LA MANO NEGRA»

Los días se suceden unos a otros grises y lluviosos, las tardes largas, tristes, que como interminables siglos se suceden lentamente y se hacen más perezosos en las horas del ocaso. Ensimismado en mis reflexiones y pensamientos me encontré en lo más alto de la terraza del todavía inacabado hotel de Orellana, el viento soplaba fuerte y racheado levantando con fuerza el cuello de piel del abrigo que llevaba puesto.

Declinaba la tarde, pausadamente el sol casi escondido se quedaba parado un momento en la cima de la cresta del cercano cerro. El cierzo helado que corta, sopla interminablemente arremolinando las caídas hojas de árboles y arbustos en una danza grotesca. Los pájaros ya se han guarnecido en las oquedades de las piedras y del edificio. La gente camina deprisa en su regreso, envueltos en sus atuendos en su afán inútil de aislarse del frío, calor, vida, cariño, cariño que templará los pesares y penas de sus afligidos pechos. El viento amaina como dando su postrero adiós al astro rey que desaparece en el horizonte, las últimas campanadas del toque de oración se esparcen gravemente entre cañadas y cerros contrastando con el alegre campanillear de los rebaños que en dirección a su acostadero caminan deprisa azuzados por el ladrar de los perros y los silbidos de los pastores.

Este frío, pero hermoso y bello atardecer influye notablemente en mí, trayendo a mi memoria mil recuerdos queridos de mi niñez, uno de ellos es una quiera por mi cuenta darla aires de leyenda que me contaba mi abuela y después mi madre.

La leyenda de la mano negra. Hace mucho tiempo vivía en Orellana una singular moza dotada tanto de hermosura como de las más perfectas virtudes, podía tener unos veinte años y, a pesar de su procedencia humilde, debió ser educada en las más santas y cristianas costumbres. El amor había llamado a su puerta por medio de un zagal que tenía el oficio de pastor al que sólo veía por las noches en la puerta de su casa. En todo eso se basaban estas modestas relaciones de cariño de esta singular moza que pensaba
como todas las de su edad en casarse y formar una familia. Varias veces había desoído aterrada las proposiciones deshonestas que le hiciera un mozo del lugar que, de buena familia, altanero, caprichoso y engreído, dábase dotes de superioridad, no sólo con las
mujeres, sino también con los mismos amigos. Al ver despreciadas sus no muy buenas proposiciones tomó la vil idea de vengarse por medio de la calumnia. Como todos los domingos, una vez terminada la Santa Misa, los mozos salían los primeros para cuando salieran las mozas recogerlas si ya eran novios o formar un corrillo para dar su opinión de cual era la más guapa. Pero cuando salía nuestra moza en cuestión sólo eran piropos
de admiración resaltando las bellas cualidades de la aludida, y así casi todos decían a coro «mira como está ésta, tú» además es buena y trabajadora respondían otros, y la más guapa del pueblo» dijo un chaval que a penas tenía 14 años. ‘No tan buena y tan honrada como parece , aludió con desprecio el que parecía el cabecilla de la banda, que no era ni más ni menos que el que la hiciera aquellas proposiciones.

Si no que me lo pregunten a mí – siguió con voz apagada y falsa pero tranquila, hace dos noches que me acosté con ella en la huerta del lugar (esta huerta se encontraba junto a la fuente de agua basta colindante con lo que ahora es Disco-Stress).

Estas palabras prendieron como una cerilla a un reguero de pólvora, los rumores se extendieron rápidamente desde el Santo a la botica y, cómo no, a los familiares y amigos de la moza, ella juró por Dios que todo era falso, pero del agua vertida nunca se puede recoger toda y ahí queda la duda de unos y otros con respecto a su honra.

Unas fiebres malignas la acudieron a los tres días, de las cuales no pudo recuperarse y, acompañada de su novio el pastor y familiares, murió a los tres meses. Siendo su deseo el estar cerca de donde su novio pastoreaba, se la enterró en los alrededores del Castillo Montalban. Así algunos días del año cuando el viento sopla solano con fuerza junto al castillo, este aire hiere los cientos de aristas de pizarra negra haciendo pequeños
remolinos que, al acariciar las mil oquedades, producen unos discordantes sonidos como de una persona que llora entre sollozos. No habían pasado tres semanas de la muerte de esta muchacha cuando el joven causante de la desgracia se siente perseguido en las  noches por una silenciosa y amenazadora sombra.

Desde entonces los amigos que intuyeron la verdad de lo ocurrido, le rehuyen y no quieren acompañarle a su casa por no encontrarse con la «marimanta» que así le llamaban.

Hasta que muerto de miedo, debido a larga persecución a la que se estaba viendo sometido, decidió ir a confesarse.

Una vez confesada su culpa el sacerdote le impuso como penitencia el velar tres noches consecutivas dentro de la iglesia desde el anochecer entre el toque de ánimas y el toque de alba al amanecer. La primera noche dentro de la sobrecogedora altura de la iglesia y la tenue luz de las lámparas de aceite del Sagrario, sentado en uno de los bancos cuando al filo de la media noche unas voces lejanas con fuertes ruidos le helaron la sangre en las venas con un estampido como el de un cañonazo, una de las baldosas, del piso saltó por los aires hasta tocar con el techo, del hueco negro y profundo, donde había estado la baldosa salió una mano negra con uñas de acero que intentaba tocarle, muerto de terror corrió a ocultarse detrás de la Virgen de los Dolores y en el mismo momento la mano volvió al hueco y la baldosa a su lugar.

La segunda noche pasaron las mismas cosas, los mismos ruidos, la baldosa y la mano negra intentaba atraparle, esta vez un poco más prevenido se refugió detrás del Sagrado Corazón de Jesús volviendo enseguida la mano y la baldosa a su lugar.

En la tercera noche envalentonado por su suerte no se entretuvo en rezar, sino que se quedó dormido en el altar. Media noche y al igual que las anteriores un fuerte golpe de baldosa que sale otra vez por los aires y detrás la aterradora mano negra que de nuevo intenta atraparle. Adormilado como estaba no tuvo tiempo más que para subir por una pequeña escalera que daba acceso a un gran hueco detrás del altar mayor. Entonces
la mano negra se afianzó a su garganta clavándole sus uñas metálicas. A la mañana siguiente al toque del alba cuando los primeros devotos llegaron al templo, pudieron
ver las paredes ensangrentadas y en el suelo el cadáver del joven con la cara espantosamente desfigurada por el miedo, los ojos casi salientes de las órbitas y la lengua fuera como el carbón, así como si le hubiesen intentado extraer la lengua.
Así termina esta historia de miedo y superstición que ya nadie se creerá por lo fantástico que conlleva su narración. Pero lo que sí es cierto son los ruidos producidos por el aire del Castillo Montalban. Así es que invito a los salientes que se den una vuelta por el
lugar cuando sople fuerte el aire solano, pero que no se asusten y cojan un espanto ya que estos ruidos son fenómenos naturales por el aire, las pizarras y agujeros.

Víctor Sanz

 

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