LA TACHUELA FUENTE SAGRADA DE LOS VETONES.

Antes de iniciar esta historia es necesario y obligado el aclaramiento de lo que significan las palabras Tachuela y Artachuela que, aunque muy parecidas en cuanto a su pronunciación, Son algo diferentes en su versión o significado.

Comenzando por la primera, Tachuela nos da la idea rápidamente de clavo pequeño con cabeza grande y normalmente hueca, pero se llama Tachuela también a una taza o tazón sin asas que se ponía encima o cerca de los tinajeros para beber. Por último, en Castúo (dialecto extremeño), hacer Tachuela se dice al ruido que producen los dientes cuando se tiene frío.

En la segunda palabra el prefijo Art significa grande o alto y, seguido de Tachuela, posiblemente gran cuenco o tazón grande, y de aquí sólo un paso hasta llegar a fuente grande en forma de cuenco, aunque nosotros la conocemos solo por fuente de la Tachuela, antiguamente sería de la Artachuela.

Una vez dado este razonamiento, podemos comenzar con la historia. Hace mucho tiempo, dos mil doscientos años o más, existió en la Sierra de Orellana una importante
ciudadela que los naturales de ella, los Vetones, llamaron La Conimurga (No confundir con La Cimurga, Constantia Iulia). Pues bien, la noche que coincidía con la luna llena cercana al equinocio de primavera, hombres, mujeres y niños bajaban a los llanos, para danzar toda la noche muy cerca de una fuente que ellos consideraban sagrada. La primavera y el agua significaban el final de la muerte de la que se regresa con estos ritos de iniciación, por lo que danzaban y bailaban toda la noche acompañados con música de
flautas de caña, escudos, falcatas y pequeños tamboriles de piel de animales.
Esta danza en honor de la primavera, diosa de la fertilidad o diosa de las aguas, no está exenta de una misteriosa leyenda que supone una compleja elaboración literaria.
Tisbo y Alistra eran dos jóvenes Vettones enamorados, que no podían casarse porque los padres de ella (muy ricos) se oponían, no obstante se veían en secreto Una de estas noches se dieron cita junto al sepulcro de Nin, en las afueras de la ciudad (pueden verso las ruinas de esta ciudad en la cima del cerr del Viso). Había allí una morera que crecía cerca de la fuente llamada la Artachuela

Alistra fue la primera en llegar al lugar y he aquí que se presentó un lobo que iba a beber a la fuente. La joven huyó, pero se le cayó el velo. El lobo se arrojó sobre la tela con la boca ersangrentada aún de lo que había comido. la desgarró, alejándose luego.

Llegó entonces Tisbo y al ver el velo ensangrentado, imagina que la fieta ha devorado a
Alistra. sin parararse a reflexionar se atraviesa con la falcata. Cuando vuelve Aliga lo encuentra muerto y, arrancando la falkata del de su amigo, se mata a su vez.

El fruto de la morena, que hasta entonces era blanco se volvió ercarnado, tanta sangre vertida.

La arena del fondo del manantial se convirtió en finísimo oro molido que se agitaba en pequeños remolinos allí donde afloraba el agua. Los dioses se apiadaron y los  transformaron en corrientes de agua, a Tisbo en el alma del cercano río y a Alistra en el alma de la fuente que iría a verter en él.

Las cenizas de los amantes se guardaron juntas en una misma urna o vasija de forma globular; esta vasija rellena de oro molido de la fuente fue introducida en otra de oro purísimo, la tapa también de oro estaba formada por dos estrellas de diamantes con catorce rayos cada una, siete con perlas finas, los otros siete con diamantes, rematando el conjunto una navecilla formada por treinta y cinco diamantes azules.

Las urnas que contenían las cenizas así como el valioso ajuar fueron enterrados no muy lejos del lugar de los hechos, un poco hacia occidente, entre los vericuetos de las cañadas de las vigas y el sallo, quedando así olvidados para siempre.

Con estos datos y otros más cercanos en el tiempo podemos señalar casi con seguridad que el emplazamiento de la Tumba debe encontrarse cuarenta y tres metros más arriba de la fuente las Vigas casi en el nacimiento del arroyuelo.

El paso de los años ha cambiado el paisaje donde supuestamente se llevaron a cabo estos acontecimientos. La fuente Tachuela está irremisiblemente perdida y agotada a causa de una repoblación de eucaliptos, y la pequeña ciudad del Viso completamente en ruinas.

No obstante pueden verse aún las fuentes de las vigas y la del sallo que todavía vierten aguas a Guadiana.

Cuando es primavera el campo allí es una delicia, bien saturada de humedad, la tierra se esponja en su fertilidad pletórica y exuberante bajo la gloria ardiente de los rayos solares. Lejos, al norte, se encuentra la cordillera, azuladas las faldas de la sierra por las manchas de los olivares, verdean en la llanura las fajas de los sembrados, más verdes aún entre las suertes oscuras de los barbechos.

Patriarcales y poderosas se elevan a lo lejos algunas encinas con sus troncos centenarios. Por la ondulada alfombra verde de las suaves y alomadas colinas, retozan los blanquísimos corderos llorando mimosos el «be», «be» interminable y persistente, junto a ellos las ovejas madres dulces y cariñosas. El grandísimo arco que forma en el sur un meandro del río Guadiana deja oír su corriente monótona, interminable, sosegada, con un eco de arroyo colosal, que resuena pleno de majestad y grandeza en los barrancos.

Con el torso desnudo algún pastor dará voces entre el ganado y reñirá a los perros que ladren sin cesar a los pocos que pasen por el camino, un camino largo y estrecho que se pierde en el horizonte, dando vueltas y revueltas como si fuera una soga de esparto blanqueada al sol.

En el aire la serena y monótona música de las esquilas se mezclan con el piar temblante y sonoro de los pájaros que peinan sus plumas en los pigollos de los tornillos o columpiándose en las retamas, en la que probablemente debajo de una de ellas se encuentre olvidada la tumba de los amantes de la Artachuela.

La barrera del espejo brillaba como un lucero, ¿sería de la Artachuela el oro de aquel puchero?

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